sábado, 30 de junio de 2012

Episodio Carnavalesco

Hoy fue un día como otros, cargado de desanimo y cotidianidad; de esa cotidianidad que ahoga, que sofoca y no deja ser. Me levante con pocas expectativas a hacer varios quehaceres y pendientes, agarre un libro como para hojear algo y prepararme para salir: el baño, leer unas hojas, vestimenta, arreglo, unas hojas más, ese ritual de dejar la casa. Desviándome de mi camino, terminé hurgando los acogedores estantes de la Noctua lo cual resultó bastante satisfactorio; puesto que encontré una que otra cosita preciada a buen precio, adquirí tres ejemplares y continué caminando; ya se hacia tarde.

Cerca de la estación del metro donde me disponía a agarrar el bus encontraba cada vez más y más personas, el sonido; ya convertido en un ruido ensordecedor aumentaba a medida de mi paso por las calles y no sin quejarme, miraba a la gente con cierto desdén: pensaba que se trataba de otra marcha de algún partido o tendencia "política". Luego, fijandome con mas detenimiento en los transeúntes me percate de lo errada que estaba y que mas allá de lo uniforme e insulso de las concentraciones con tinte político se trataba de una marea de colores, sonidos, risas y felicidad. Algo fuera de lo normal, pensaba mientras asomaba una sonrisa al admirar, no sin asombrarme, la oleada festiva y emotiva.

Como siempre, probablemente debido a mi constante ensimismamiento y poco contacto con los otros y "la realidad" -como si ellos tuvieran noción de esta- no sabía en lo absoluto de la jornada que tenia lugar el día de hoy, en ésta, mi ciudad. Una marcha de una fracción de los otros: esos rechazados y criticados por la sociedad, de esos seres muchas veces fascinantes, aún más fascinantes que cualquiera de los autómatas que se autodenominan los normales. En fin no faltaban los colores, la alegría, los atuendos extravagantes, era un espectáculo digno de ver. Gente libre, sin los prejuicios que a la mayoría atan, sin el importar del que dirán, simplemente manifestándose como ellos en su comodidad y en todo su esplendor.

"Mira a esa cuerda de patos" más atrás escuchaba decir -entre otras cosas que no vale la pena repetir- a una señora a quien asumí era su hija. Por un momento traté de contenerme, pensé en decirle algo a la arrogante persona que con resentimiento escupía esas palabras pero al dirigirle una mirada no pude sentir más que lastima por esa misera persona tan normal, tan insípida, tan odiosa y repugnante que en su vida habrá sido libre, que capaz jamás habrá experimentado el ser más allá de la simple existencia, más allá de seguir los parámetros por absurdos y superficiales que estos sean, que tristemente no sepa o al menos haya tratado de intuir su verdadero ser. Y que no conformándose o conformándose en demasía con su propia existencia, se crea poseedora de la verdad y juicio últimos.


Los normales, aquellos odiosos seres que juzgan; maniquís y robots de esta nimia sociedad.


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